Camilo Olivetti en 1908 fundó su fabrica
de máquinas de escribir en Turín
-Italia.
La soñé desde mi adolescencia,
con el primer dinero que gané escribiendo
la compré, cuando todos se inclinaban hacía
la computadora, yo, acaricié mi máquina
de escribir.
Rafaela Ricarda Olivetti, en mi intimidad así
la llamé, se lo digo aún mientras
permanece en el estuche, cada tanto la descubro,
la limpio, la contemplo en su extraño color
, que no es ni rojo, ni marrón y produce
un encanto singular.
En cada letra una parte de mi vida quedó
latente al apretar cada tecla de mi máquina
de escribir, la siento quieta en su estuche negro
y verde concibiendo el silencio, reposando en
su melancólico destino de mi abandono en
el tiempo. Fue esfuerzo, anhelo y musa, forjó
versos en mi vida. En ella comenzé a escribir
las historias de vidas que la gente me contó.
En cada gesto brusco, notas de rebeldías,
el artículo periodistico enmudeció
en la palabra de la hoja anhelante que se ofreció
en un desliz con emoción lenta dibujando
las letras que fueron llenando las hojas dando
vida al cuento, cada roce de mis dedos anunciaron
un poema con golpes en las teclas , como golpes
del alma, una parte de vida transcurrió
con el sonido musical del timbre al término
de cada renglón.
Espacio y velocidad, tecla a tecla, fueron formando
palabras con recuerdos de rápidez, un rayo
de sol, una lágrima, donde se expandió
la mancha de mis dedos sucios de tinta y el uso
del corrector. Fui arrugando papeles para seguir
intentando en las cálidas siestas con el
sol a mi espalda, a travéz del ventanal
entre rimas y diccionarios que esclarecían
las dudas alineando las palabras en conjunto matemáticos
con el carro ida y vuelta prometiendo poesías
en la intimidad de letras, la atrevida pasión
resbaló de mis manos en la máquina
de escribir de alguna carta importante dictada
con astucia y porvenir, que no fue más
que esperanza, realidad e imaginación,
sintiendomé artesana con mis dedos enredados
en cada cambio de cinta que estancó el
dolor en la frase inacabada sin que perdiera la
esencia de lo que fue, desmenuzada en infinitos
y mudos mundos abiertos en sus teclas, en el arte
de escribir a máquina.