Lo
veía desde mi vieja silla de madera reseca
y despintada, retapizada en cuerina roja por mis manos,
con huellas de tantas manitos infantiles maltratándolas,
a veces por los hijos de las visitas, otras por los
míos.
No sé si él me veía, creo que
sí aunque estaba "mustio".
Lo veía algo "turbio" a través
de la botella plástica del agua, que estaba
sobre la mesa ¿Qué aguardaba?. No sé
que cosa.
Lo veía detrás de las imágenes
de mis santos y dulce Jesús, porque soy una
persona creyente.
Lo veía a través del vidrio de la ventana,
él estaba siempre ahí. Nada lo sacudía,
ni las marejadas de aire que soplaban, ni la suave
brisa de mi respiración.
Lo veía desde la puerta de mi cocina. Es increíble
solamente estaba.
Estaba siempre callado, inalterable en el mismo lugar.
Él no sabía de veranos ni de inviernos,
ni de calores ni de fríos. Tampoco conocía
alegrías ni sufrimientos. El sólo estaba.
Pero estaba en soledad, estaba vacío. Vacío
de amor, del amor de los hombres, vacío de
valores, vacío de sentido. Estaba ahí,
porque alguien (uno de nosotros) lo puso.
Sobraba en otra casa, había sido reemplazado
por uno nuevo. Estaba en un rincón, tal vez
uno de los rincones preferidos, pero estaba desnudo,
no tenía sentido, no tenía estrella
que marcara su rumbo.
Solo lo envovía una cinta plateada que sobró
de la navidad anterior. Nada lo conmovía, ni
los azotes del viento norte ni el aire del ventilador.
Es difícil que el viento nos sacuda si estamos
vacíos. ¿Estaba siempre callado? O tal
vez yo insensible no sabía interpretar su riqueza,
aquello que me quería decir desde su desnudez,
desde su vacío, desde su soledad. ¿Qué
se escondía detrás de esa visión
turbia?. Mi vida
vertiginosa es esa botella que me empaña la
mirada y no me deja ver su historia, su grito visual
que me está llamando, que me está reclamando
o ¿acaso no estamos todos desnudos y casi vacíos
en este siglo 21.?
Hoy me levanté temprano, durante el sueño
lo pensé, lo medité, fui directamente
a la lata donde guardo cosas para el recuerdo, metí
la mano hasta el fondo sabía que no quedaba
nada, pero con sorpresa saqué algo precioso,
precioso porque lo miré con otros ojos, era
un pequeño corazón plástico que
alguna vez adornó un viejo arbolito de navidad.
Corrí a colgárselo en medio de su copa.
Es dorado irradia luz que enciende a mi arbolito mustio,
turbio, solitario, que desde ese momento ya no estuvo
más mustio, desnudo, ni solo, ni vacío:
tiene corazón. ¡No está más
vacío!. Pero si está tan sensible que
tiene rumbo, tiene sentido. Se lo dio una estrella
de paz que se posó sobre su punta llamada por
el latido de su tibio corazoncito.
Tal vez los hombres nos demos cuenta pronto y corramos
a meter la mano en el baúl de los recuerdos
y las saquemos repletas de aquello que nos haga sentir
que estamos llenos, que no estamos solos entre tantos
millones que nos rodean, que no estamos desnudos,
ni vacíos.
Cuántas veces no sabemos ver en nuestro hermano
el grito silencioso, desesperado, esa necesidad de
acercamiento del alma que va más allá
de la simple apariencia de un vestido sencillo, de
unos labios temblorosos, de tal vez una baja autoestima
por quién sabe qué razones, de un andar
silencioso o de lo que se ha dado en llamar bajo perfil,
pero de ninguna manera un cuerpo vacío.
Esta misma mañana pensé que el arbolito
merece la caricia de un niño que lo maquille
con dibujitos, con cajitas forradas, con moñitos
sencillos, con piñas juntadas en la vereda
de la plaza, que lo salpique con estrellitas de papel
brilloso.
El arbolito amaneció brillante. ¡Si parecía
tener ramas nuevas!. No era posible porque es de plástico.
Sin embargo él leyó mis pensamientos.
Como en casa ya no hay niños, ellos son realmente
quienes pueden llegar a darle VIDA con su inocencia,
decidí que estaría muy bien acompañado
por Marquitos y sus hermanitos. Sé que nunca
tuvieron un arbolito de navidad.
Así fue como el árbol desnudo se vistió
de caricias esa mañana de diciembre y ya no
estuvo nunca más desnudo, ni vacío,
ni solo, ni mustio.
¡FELIZ
NAVIDAD!
Betty Fantini