El flamante Centro de Salud Comunitario ubicado
en H. Irigoyen y Salta, surge ante mis ojos al
recodo del camino en Villa Talleres, lugar estratégico
para la atención de una nutrida población alejada
del área central de Laguna Paiva. La puerta se
abrió y me recibió María Saira Moreno, la enfermera
que atiende el turno de 12 a 20 hs. Mirta Serra
lo cubre de mañana.
Saira sonríe mientras recorremos las sencillas
salas de atención primaria, un moderno sillón
para atención odontológica contrasta con cajas
forradas en papel de colores, conteniendo medicamentos.
Hace 31 años se recibió de enfermera a nivel universitario
en la Escuela Superior de Enfermería de Santa
Fe. “Siempre me gustó el contacto con la gente”,
dijo Saira. “Intenté estudiar Bioquímica pero
las huelgas del momento me hicieron perder el
año y mis padres no estaban en condiciones de
afrontar gastos superfluos, por lo que decidí
inscribirme en Enfermería”, comentó.
Las llamaban las camperitas azules, mientras
estudiaban practicaban en el hospital Cullen.
Fue ayudante en cirugías, a las siete de la mañana
se iniciaban las prácticas hasta las 12. A las
16 eran las clases teóricas, si conseguía reemplazo
trabajaba de 22 a 6. No había tiempo de viajar
de regreso a casa, dormía y comía algo en el hospital;
la juventud le permitía esos esfuerzos.
La entrevista se interrumpía a cada momento,
una paciente tose, Saira toma nota, entrega comprobantes
de vacunas, asesora, coloca inyecciones, busca
en su bolso caramelos para calmar el llanto de
un niño, un joven con problemas solicita monedas.
Saira escucha, su voz es suave dando aliento,
controlando presión arterial, explicando el uso
del medicamento.
Al recibirse concursó para entrar en el Instituto
Vera Candioti donde trabajó por años, también
en clínicas privadas, Instituto de enfermedades
venéreas, hospitales Iturraspe y Cullen de Santa
Fe. Al nacer su primera hija consiguió por medio
de permuta ingresar al Hospital Rural de la localidad
(hoy Samco).
La vida la golpeó duro perdiendo demasiado joven
a su esposo y debió luchar sola con tres hijos
pequeños, sintiendo que la barrera de contención
se la brindó el trabajo donde médicos y compañeros
le pusieron el hombro a su dolor. También la ternura
de parientes y vecinos, a veces demostrado en
la entrega de una docena de huevos.
En 2003 Rotary Club le otorgó la distinción
SATO por responder al ideal de servicio. Frente
a la pérdida de una amiga enfermera, su cuerpo
y espíritu se quebraron, crisis de pánico y fobia
emergieron como proceso de un largo duelo contenido
que la derivó a un ritmo de trabajo menos intenso,
cubriendo horas de atención en dispensarios. Además
sigue actualizándose sobre nuevas técnicas en
salud y medicina. Pronto será abuela, es la esperanza
de creer y construir. Lo que recibe a diario es
un ejemplo de lo que da.