En el aspecto urbano, el ferrocarril ejerció
una influencia decisiva en la localización
de los espacios que se fueron loteando, primeramente
en las proximidades de la estación de trenes,
del deposito de locomotoras y, luego, a lo largo
de las vías de los ramales a Deán
Funes y San Cristóbal que
delimitaban, por los lados este y sur, el vasto
espacio de más de 250000 metros cuadrados
que, ocupado por el taller de reparación
de vagones y el deposito
de locomotoras, se constituyo en
un bastión que frenó el avance del
crecimiento edilicio hacia el norte.
El desarrollo de este último, que se estructuro
con ese rumbo a lo largo del sector este de la
segunda de las citadas líneas ferroviarias,
dio lugar a la formación de un nuevo conglomerado
habitacional que pasó a ser conocido con
el nombre de Pueblo
Nuevo, en oposición al primitivo
asentamiento poblacional llamado Pueblo
Viejo del que está separado por
las vías.
Esa división, impuesta por la traza de
aquellas, fue salvada por la construcción
de un paso a nivel seguida, muchos años
después, por una pasarela que, junto con
la anterior, facilitaron el tránsito diario
de sus habitantes en uno y otro sentido, pero
particularmente del Pueblo Nuevo hacia al Viejo
por estar este identificado con el progreso y
ser depositario del mayor numero de entidades
prestadoras de servicios a la comunidad.
Pero a más de esa función ordenadora
del crecimiento urbano, el ferrocarril intervino
en la provisión urbana de viviendas
para sus empleados. Precisamente en los
años veinte posibilito el alojamiento de
un importante numero de familias que permanecieron
en el interior del taller hasta que, casi al finalizar
esa década, fueron desalojadas para afectar
el espacio que ocupaban para la construcción
de nuevos tinglados. Esta medida llevo a que muchas
de ellas se instalaran en el pueblo propiamente
dicho, pero fundamentalmente en lo que tiempo
después pasaría a llamarse barrio
Villa Talleres, la mayor parte
de cuyos habitantes trabajaban en esa repartición
a la que llegaban, cuando las maniobras de los
trenes de cargas impedían el cruce directo
de las vías, a través de la
pasarela que, con sus 47 metros de
largo, libraba la playa norte del ferrocarril.
La aludida preocupación de la empresa
por el tema habitacional de sus empleados se pondría
de manifiesto, una vez más, no sólo
con la construcción de casas para el personal
jerarquizado, sino también en la ejecución
de un plan compuesto por 28 unidades que, con
el nombre de Ing. Castro, se edifico en terrenos
de su propiedad, situados a 2 kilómetros
al norte del núcleo fundacional.
La identidad ferroviaria del pueblo, por otra
parte, también está presente en
una toponomia que parte de la estación
de trenes cuya denominación -Laguna Paiva-
terminó por extenderse, primeramente a
la Comisión de Fomento (1911) y, en 1967,
al pueblo Reynaldo Cullen cuyo nombre fue reemplazado
por aquél al ser declarado ciudad.
Las calles no estuvieron ajenas a ello y algunas
recuerdan el nombre de personas que marcaron una
época dentro de la empresa y en el propio
pueblo, pudiéndose citar como ejemplo,
dentro del espacio ocupado por el complejo ferroviario,
la avenida Lambert
y, fuera de aquél, las calles Ing.
Enrique Boasi y Pastor
Barrios. Estos dos últimos,
estrechamente vinculados con la realidad local,
fallecieron en 1912 y en 1918, respectivamente,
pereciendo el primero de ellos como consecuencia
de un accidente sufrido mientras se desempeñaba
como director de la construcción del ramal
a Deán Funes y del deposito de locomotoras,
en tanto que el restante victima de un asesinato
cometido por un obrero del taller al frente de
cuya jefatura se encontraba por entonces.