Por los relatos de mi familia materna comencé
a amar a "la escuela grande" aún
antes de comenzar mi escolaridad. Veía
fotos de su creación, escuchaba anécdotas
y con tan rico bagaje inicié mi escolaridad.
De la mano de mi madre Rosarito Fuentes, vestida
de punta en blanco, el portafolio con el cuaderno
único, el cuadriculado para mejorar la
letra y escribir 100 (cien) veces "debo
hacer esto o no", los lápices negros,
el sacapuntas, la goma blanca y los lápices
de colores en la caja de madera de "dos
divisiones", el papel satinado, la tijera
y la goma para pegar, posteriormente la bolsita
de labores, el cuaderno de música, la
carpeta para dibujos, el libro "Mi perro
Sinfín", "El Apic", ¡qué
interesantes eran!
Recuerdo a mis maestras, Lalí, Marta,
Graciela, Porota y Zunilda de grado; Haydeé
de Dibujo, Lucía de Música, Cristina
de Educación Física y las sras.
Muller, Fernández y Embuller de labores.
Los Directivos Scarpa, Trevisan, Felizar, Mangol,
de los Reyes y Ávalos.
También las aulas: "Sarmiento"
(ala sur), Paula Albarracín a la entrada
y a la par de la Dirección, porque así
como éramos alumnos inteligentes éramos
los más revoltosos y por los últimos
años el que llevaba el nombre del Gral.
Belgrano y por aquella época a la tarde
mientras refaccionaban los techos y pisos nos
prestaban el Colegio Nacional emplazado a la
par de la escuela.
En los recreos contemplábamos los pececitos
que estaban en la fuente a continuación
del mástil central donde todos los días
izábamos o arriábamos la bandera
argentina según el turno. El patio era
de mosaicos cuadriculados, enfrentando la entrada
estaba el escenario, a continuación una
de las tres salidas al patio de tierra y una
pared con hermosas columnas de cemento y un
cantero embellecido con flores que regábamos
por turno.
Las aulas estaban coronadas por largas galerías
que nos protegían del sol, el calor,
el frío y las lluvias. En el ala norte
se situaban los sanitarios para los niños
y el bombeador que estaba separado del edificio
por una puerta de dos hojas de hierro por la
mitad y la otra mitad de vidrios de colores,
al sur enfrentado el baño de las niñas
e igualmente una puerta semejante que nos separaba
del patio de tierra. Los bebederos que saciaban
nuestra sed tenían igual disposición.
Recuerdo que llevábamos nuestro vasito
plegable junto a nuestras masitas que compartíamos
en el recreo.
¡Qué
hermosas eran las fiestas de primavera! El acto
de bienvenida, el picnic en el patio de tierra,
los juegos alrededor de los árboles sobretodo
en el gran ombú y las más sabrosas
de todas, pero para nuestras madres: "las
peores, las prohibidas moras" que saboreábamos
cuando maduraban, pero cuántos sermones
recibíamos cuando aparecíamos
con las manchas delatoras en los blancos guardapolvos
almidonados.
Éramos
integrantes de una banda rítmica, de
un coro que actuó en el Paraninfo de
la Universidad del Litoral y LT 10 la radio
universitaria por gestión del Inspector
Gonzáles. ¡Qué alegría
y orgullo para nuestra comunidad!
Participábamos junto a Hugo Sosa de Las
Juntas del Saber, obteniendo el primer premio
para la escuela.
Son recuerdos de mi transitar por las aulas
como alumna, pero el más agobiante, el
que aún hoy después de tantos
años vive en mis retinas y mi sentir
fue como docente de Actividades Prácticas,
un día miércoles presencié
como los operarios encargados de tirar por tierra
el ala norte del primer edificio que aún
quedaba en pie, no podían con él.
Les costó esfuerzos, mis pequeñas
alumnas me interrogaban por la causa de mis
lágrimas. La desidia, la burocracia no
se interesó por el proyecto de resguardarla
para cobijar un museo donde nuestros descendientes
puedan conocer nuestro pasado.
MERCEDES ACOSTA.