Laguna Paiva y San Cristobal Libros para obreros y la vida inalterable
Investigando pasajes de la historia de nuestra ciudad, Roberto, uno de nuestros navegantes que vive en la ciudad de Santa Fe y que vivio muchos años en Laguna Paiva, nos enfrenta a este documento histórico muy interesante que con su lectura nos da los boletos para viajar en el tiempo.
"De un redactor viajero" son las palabras con la que está firmada la nota que el Diario LA NACION publicó en su edición del Domingo 23 de Octubre de 1949.
En la imagen de la derecha se puede apreciar la hoja original del diario, impreso en color cepia.
Transcribimos la nota para ustedes y lo más impactante para destacar es la fotografia que aparece en la esquina superior izquierda del periódico que muestra nuestra Avenida San Martín de aquellos años...
Los invitamos a viajar en el tiempo, junto a este escritor de LA NACION, que se vino de Buenos Aires a contar como era Laguna Paiva y San Cristobal.
Maestras, alumnos de escuelas primarias, estudiantes secundarios, viajan en el tren que nos conduce desde Santa Fe hasta Laguna Paiva. Viven o trabajan en este pequeño pueblo, de casas bajas, calles de tierra y talleres ferroviarios.
Entre la capital de la provincia y Laguna Paiva media una distancia de 34 Km. Podría ser de trescientos o de mil kilómetros. Hay entre ellas una medida que no es de espacio sino de tiempo.
Laguna Paiva carece de rasgos definidos. Ha crecido en la vecindad del riel y vive sin urgencias. Se parece a otros muchos pueblos, de aquí o de la provincia de Buenos Aires. Más de mil obreros trabajan en los talleres del ferrocarril. Algunos viajan diariamente desde Santa Fe. Otros residen en el lugar, pero la vida de todos tiene un denominador común.
Hacemos nuestra primera escala en lo que es, al mismo tiempo, restaurante, confitería y comercio de menudencias. No tiene nada de sorprendente. En cambio, el acento lo ponen unos “taxis” modelo 1929. ¿Para qué, si las distancias son tan cortas en el pueblo?. Hacemos una pregunta y alguien nos responde: “la gente es muy cómoda ahora”.
En los talleres del Ferrocarril Nacional Belgrano se refaccionan y reconstruyen coches. Hay otras especialidades, entre ellas la fabricación de clavos para vías. Desde 1935, por ejemplo, han salido de allí 15.000.000 de clavos. No podemos asistir al desarrollo de la labor diaria. Subsiste una orden que prohíbe registrar fotográficamente la actividad de los talleres. Por la línea telefónica directa se hace una consulta a Buenos Aires. Intervienen muchos funcionarios, pero nadie resuelve la cuestión. La burocracia ferroviaria no es más veloz que las otras, pensamos. Visitamos allí el comedor para obreros, inaugurado oficialmente, pero que no funciona todavía. Es amplio, moderno y prestará servicio sujeto al régimen cooperativo. Sillas-tijera, de lona, servirán de reposeras para los obreros, después del almuerzo.
Mensualmente – según nos informan –, los talleres pagan la suma de 750.000 pesos en concepto de salarios. No obstante, existe un banco ferroviario que el año anterior operó en créditos por medio millón de pesos.
Ya es de noche en Laguna Paiva. Recorremos las calles solitarias, obscuras. Por las entreabiertas bocas de los zaguanes escapan voces enfáticas y música de tango. Hay muchos receptores radiotelefónicos en el pueblo.
Mas, de todos modos, existe algo importante en Laguna Paiva. No es el esfuerzo del músculo, el trajinar de los talleres ni la suma de salarios. Es una biblioteca, una biblioteca de pueblo, con lectores. Se llama “Juan Bautista Alberdi”; fue fundada en 1925; tiene 10.000 volúmenes y 700 socios voluntarios. Setenta es el promedio de lectores diarios y anualmente se prestan alrededor de 12.000 libros.
Esta fría enunciación de datos es la expresiva síntesis de un noble esfuerzo. Y Laguna Paiva, de pronto adquiere para nosotros una significación distinta. El pueblo chato, sin relieve físico, ha crecido en oportunidad; sabemos ahora que tiene un escondido espíritu. Visitamos el local de la Biblioteca. Pequeños lectores, ensimismados en el seguimiento de sus héroes a través de aventuras fabulosas. Más tarde llegarán hombres trabajadores para reanudar su amistad con los libros.
Un obrero ferroviario es el director de la biblioteca y de una revista mimeografiada bien escrita y rectamente inspirada. El hallazgo nos reconcilia con el medio ambiente. Laguna Paiva, sus hombres, sus niños, han aprendido a embellecer sus horas.
Nuestro itinerario y las combinaciones ferroviarias hacen que partamos esa misma noche hacia San Cristóbal. Llegamos en la madrugada, fría y brumosa. El pueblo duerme y es pesado y cómo el sueño del sereno de esto que se llama hotel. ¿para que describir penurias nocturnas, conocidas por quienes tienen necesidad de viajar por ciertas regiones del país?
San Cristóbal es, también, un importante centro ferroviario. Tornos, martillos, sopletes, maquinarias diversas, componen el ruidoso fondo musical. En estos talleres hay ritmo de labor intensa. Los hombres atienden a su tarea en silencio, como si temieran impacientar a las máquinas, que lo hacen casi todo.
Población de obreros, San Cristóbal, vibra en sus talleres y descansa después burguesmente. Hay en toda ella un sosegado tono de vida. Vemos caras plácidas, rostros satisfechos. El cuadro ciudadano tiene su expresión mas viva en el cinematógrafo, que es, a la vez, en su “hall” de entrada, confitería, y en ciertas noches lugar de baile. La danza no figura hoy en el programa, pero la película policial que estamos viendo se corta a menudo, sospechosamente. Hay una sincronización perfecta entre el accidente a repetición y la confitería. La gente entretiene la espera junto a los vasos y las tazas. Pero nadie protesta. Quizá porque para el habitante de San Cristóbal el cine, el proyector descompuesto y las intermitentes visitas a la confitería componen el panorama inalterable de todos los días.